miércoles, 23 de octubre de 2013

Feliz aniversario

La noche la encontró sentada en el sofá. Había esperado todo el día la llamada de su prometido que al partir en la mañana le juró que llegaría para su almuerzo de aniversario.
—Allí estaré— había dicho, pero las velas ya se habían consumido hace horas, y la comida, tal cual la había servido seguía sobre la mesa, a excepción de unas cuantas harinas que las hormigas habían robado para alimentar a su inmensa colonia.

Luego de llamarlo a la una un tanto preocupada y no recibir más respuesta que el ya familiar correo de voz, marcó a la oficina de su psicólogo, pues éste le había advertido que al menor indicio de ansiedad o ante la aparición de sus recuerdos futuros,  debía contactarlo para que la calmara lo antes posible. Pero el terapeuta no contestó, primero porque era horario de almuerzo, y segundo porque era domingo aunque Rebeca no lo notara.

Comenzó a rememorar los mensajes que le había encontrado en su celular. Todos decían ser de su madre, pero ella intuía que era una cortina barata para ocultar tras el rol de su suegra a todas las infelices con quienes la engañaba. Evocaba en su mente la imagen de las tangas que él aseguraba que eran de ella, aunque bien sabía que no eran de su talla, odiaba los colores chillones y el encaje le producía escozor. Además, desde que el psiquiatra le había diagnosticado esquizofrenia progresiva no habían tenido ningún acercamiento sexual y de eso ya habían pasado 8 meses.

Las manos comenzaron a temblarle incontrolablemente. Sabía que su prometido se sentía atraído por la vecina del piso de encima, pues estaba convencida de que siempre que se encontraban en la escalera, la sonrisa de la arpía ocultaba sus malas intenciones, y que él, cuando ella no miraba, recorría su cuerpo  empezando por los tobillos y terminando en su mirada coqueta. Por eso, para evitar un rato incómodo, le dejaba el campo libre haciéndose la que buscaba las llaves en el bolso para luego, después de un tiempo prudente, sacarlas del bolsillo de su pantalón y sonreír por ser tan distraída…

Seguramente cuando iba para el apartamento se encontró a la vecinita en las escaleras que venía del mercado con algunas bolsas, y buscando la manera de ganar puntos, se había ofrecido muy caballerosamente a subirlas y acomodarlas en su alacena. De ahí habrían pasado a tomarse una cerveza porque el calor de aquella tarde hacía que la ropa se les pegara a los cuerpos, y ya que andaban cada uno con botella en mano se habrían sentado a conversar en la sala y a reírse estúpidamente. Allá estarían toda la tarde, luego de un par de botellas más, desnudos en la cama, acariciándose y burlándose de la loca inocentona que se encontraba justo debajo esperando a su prometido. Todo esto pasaba por la cabeza de Rebeca, que buscando un escondite, se acostó a dormir, pero en sus sueños no encontró más que las imágenes de las cuales quiso escapar cuando decidió recostarse. Veía a su prometido recorrer el cuerpo de la vecina con sus labios, darle pequeños mordiscos cerca del ombligo y estremecerla con sus dedos, a lo que ella respondía con leves gemidos y un movimiento inconstante y brusco de su pecho que no lograba controlar. Justo entonces, en el momento en que su prometido acercaba su boca a la boca de la vecina, se despertó de un brinco, sudando y tiritando, únicamente acompañada por el sonido que producían sus dientes al chocar los de arriba con los de abajo.

Entonces se incorporó, el sol ya terminaba de ocultarse y ella estaba sentada en el sofá con la cabeza cargada de furia, una ráfaga interior de odio que nunca había imaginado poder sentir.
A partir de ese momento dejó de pensar, de conectar ideas, de ser consciente de sus acciones. Todo se quedó blanco del color de la nada.

Cuando su prometido llegó a la puerta del apartamento para la cena de aniversario que habían planeado hace un mes, encontró la puerta abierta y escuchó el eco de la risa de Rebeca que provenía del piso superior. Subió las escaleras y al encontrarse con tremenda escena soltó la delicada bolsa roja donde traía unas tangas de algodón negras, exactamente como a su prometida le gustaban.
Sobre la cama de la vecina se hallaba Rebeca sentada, bañada en sangre y riendo locamente junto a los cuerpos inertes de la arpía y su marido, quienes se hallaban durmiendo profundamente en el momento en que Rebeca entró, y con el cuchillo más afilado que había sacado de su apartamento, había apuñalado.

—¡Por Dios! ¿Qué has hecho Rebeca?

—No eras tú amor, ¡No eras tú! No sabes cuánto me alegra. Feliz aniversario, ¿vamos a comer?

Cuero

Cuando estaba en la universidad, solía escribir cuentos. Me inspiraba en experiencias propias y ajenas, en canciones, películas, novelas y p...